¿PARA QUÉ ORAR?
Imperativamente necesaria para la vida es la oración. Es un
ejercicio urgente a ser practicado para mantener vivo el espíritu, atenta el
alma y fuerte el cuerpo.
Quien ora bien vive bien, más quien dedica tiempo a la oración cuenta
con un tiempo extra de vida plena, ya que el encuentro con Dios nos suministra
una experiencia de su Ser, de su amor y de sus Gracias derramadas en ese
momento y a lo largo de nuestra vida.
La oración es una necesidad del alma tanto como el oxígeno lo es
para vivir humanamente. Podemos decir que la oxigenación de nuestro interior se
llama oración y que el proceso que conlleva esa oxigenación es el tiempo que le
dedicamos a estar con Dios.
Es imperioso que tomemos conciencia de que la oración debe ser
parte importante en nuestra vida, no podemos vivir si no oramos, mejor dicho,
no podemos vivir la voluntad de Dios si no oramos. En la oración encontramos
las respuestas a los interrogantes de nuestra cotidianidad, y encontramos la
razón de nuestros cambios y crecimientos para la vida de Dios.
Quien no ora difícilmente podrá tener una verdadera conversión.
Motivo esencial del porque debemos orar es la conversión. El
cambio de actitudes, de formas, el cambio de ser y de ver las cosas, el cambio
radical de vida se genera a partir del encuentro con Dios. Todos tenemos un
momento de la vida que ha marcado un antes y un después, y ese alto fue el
momento preciso donde Dios comienza a revelarse, a darse a conocer y tenemos
nuestro encuentro personal. Este encuentro pudo haber sido un retiro
espiritual, una catequesis, una enfermedad, una situación difícil de
sobrellevar, una persona que nos habló. Son muchas las formas en las que Dios
propicia un encuentro con nosotros y hace que nuestra vida cambie para su
gloria.
La oración hace, entonces, que cada día nosotros propiciemos ese
nuevo encuentro con EL, para que nos siga cambiando, alimentando y haciéndonos
ver lo lindo de su vida incorporada en nosotros. El primer encuentro lo
propicia el Señor, los demás dependen de nuestra necesidad de estar con EL y
buscar las formas de mantenernos en una oración continua y en un espacio de
oración diario.
Es necesario orar para que la voluntad de Dios se revele en
nosotros, para saber discernir lo que Dios quiere, para poder tomar buenas
decisiones, para que nuestra vida encuentre el rumbo, para que los planes y
promesas de Dios se cumplan.
Pero si no nos detenemos, si no vamos a la fuente, si no oramos
será muy complicado saber discernir y actuar en consecuencia.
Muchas veces hemos dicho y también hemos escuchado “no se lo que
Dios quiere de mi”. Esa pregunta seguirá sin respuesta hasta que nosotros
tomemos el hábito de orar, de hablar con Dios, de ir preguntándole lo que
espera, lo que quiere y pidiéndole las capacidades para responder.
No podemos amar lo que no conocemos, no podemos vivir lo que no
sabemos, no podemos responder si no nos sentimos llamados, es decir, nadie
puede hacer nada si no sabe. Ir al encuentro con Dios en la oración es una
forma de disipar la ignorancia y recibir luz.
Orar es necesario para poder confrontar nuestra vida con la vida
de Dios, es la única forma donde podemos estar cara a cara con el Señor, con
nuestro yo al descubierto, y dejarnos moldear por EL, dejarlo que restaure su
imagen y semejanza en nosotros. Cada momento de oración es como entrar a un Spa
espiritual, donde el Señor te renueva, saca las impurezas y te deja preparado
para una nueva jornada en su presencia.
La oración nos deja al descubierto delante del Señor, pero no de
una manera acusadora, sino de la mejor forma, de la manera constructiva, de la
manera que nos hace crecer, de la manera que nos da la oportunidad de ser cada
día mejores y de una manera especial de vigilancia.
La oración nos ayuda a estar vigilantes con nuestro interior, nos
ayuda a ejercer esa delicadeza de conciencia porque nos vamos dando cuenta que
al estar delante del Señor, junto al Señor, encontrándonos con nuestro Papá, no
podemos negar lo que somos, lo que nos falta y lo que deseamos, por lo que
nuestra conciencia se va formando día a día, momento a momento en su presencia.
Y es la mejor formación, porque la enseña Dios mismo.
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