¿CÓMO ORAR?
En un principio podemos decir que el ¿Cómo? En
la oración no es cuestión de posturas o rituales que acompañen el espacio de
oración, sino más bien, la actitud interior para presentarnos delante de Dios,
para disfrutar del encuentro con EL.
¿Cómo presentarme al Señor? ¿Cómo iniciar un
diálogo con EL? ¿Cómo decirle lo que hay en mi corazón? ¿Cómo hacerme entender?
Son preguntas que pueden surgir de nuestra
expectativa, de nuestra disposición a la oración. Podemos hacernos muchas
otras, o tal vez, ni siquiera se nos ocurra hacernos preguntas. De todos modos,
está bien que tengamos este tipo de cuestionamientos, ya que nos ayuda a crecer
y a tomar una verdadera actitud orante día a día.
Cada uno de nosotros tenemos el precioso
privilegio de poder entablar una relación de amistad con nuestro Señor, cada
uno de nosotros podemos llegar a EL porque hay un motivo muy especial que nos
acerca y ese motivo es la Filiación divina, es decir y en palabras más simples,
el ser Hijos de Dios. Entonces nuestro acercamiento a ÉL ya cobra un nuevo
sentido, ya tiene un grado más que una amistad, ya es una experiencia de padre
a Hijo y de Hijo a Padre.
Al descubrir tal magnitud, al descubrir
semejante dignidad, obviamente, el corazón humano se ensancha en la presencia
de Dios y cada día va tomando una nueva forma, la oración ya no es un
comunicado o dialogo, sino que es una conversación familiar. Somos familia con
Dios, somos sus hijos. Y como hijos nos acercamos a recibir sus consejos, a
preguntarle que es lo que espera de nosotros, y a pedirle, como cualquier hijo,
una ayudita especial en tal o cual cosa.
Entonces, la característica principal o la
actitud principal de la oración, digamos el “gran como” es presentarnos delante
del Señor como sus hijos.
¿Cómo orar? Orar como hijos.
Al entablar una conversación con nuestro Padre
Dios iremos viendo en qué nos parecemos a ÉL y en que estamos muy lejos de
parecernos. Iremos conociendo las virtudes de nuestro Padre e iremos
obteniendo, mediante ese diálogo, el deseo y la capacidad de imitarlo.
La oración irá tomando el verdadero sentido, el
que debería ser el único, el que realmente podríamos decir es la definición
completa: conversación con Papá Dios.
Y ¡qué gozo produce esta gran verdad! Esta
realidad debe invitarnos día a día para propiciar este encuentro con Dios, debe
animarnos a orar cada día más, y debe colmar nuestro interior de nuevas luces y
de deseos de acrecentar la comunión con nuestro Padre celestial, que usa esta
forma para demostrarnos su amor y solicitud con sus hijos. Nos escucha, nos
habla, pero lo más importante, nos espera.
Ahora bien, ya hemos descubierto la principal
actitud con la cual debemos presentarnos delante de Dios. Propiamente como
hijos, porque eso es lo que somos desde el día de nuestro bautismo, donde
nacemos para Dios y somos capacitados por la Fe, la Esperanza y la Caridad,
para creer, esperar y amar a Dios. Somos llenos del Espíritu Santo, que nos
instruye en los pasos, nos recuerda las enseñanzas de Cristo, y viene en
nuestro auxilio para que sepamos orar como nos conviene. Somos participados de
los dones más preciados de Nuestro Señor y Hermano Jesucristo, como Profetas,
Sacerdotes y Reyes. Y nuestro corazón queda totalmente limpio del pecado
original que nos heredaron nuestros padres primeros y que Dios, por su gran
amor y bondad, cumple con su plan de salvación haciéndonos nuevas criaturas. Todo
esto sucede el día de nuestro bautismo, y lo expreso en este apartado para que
tomemos conciencia de que sí, verdaderamente ¡Sí! Podemos acercarnos a Dios con
la actitud de hijos porque es nuestra mayor dignidad: ser de su familia.
Cuando un hijo se acerca a su Padre no lo hace
con miedo, no lo hace con irrespetuosidad, no lo hace para enseñarle sino más
bien para aprender, no lo hace para ordenarle sino para consultarle, no lo hace
porque si no más, sino que cuando un hijo se acerca a su padre lo hace con la
confianza de que encontrará una respuesta positiva de parte de parte de Él a
las cuestiones que le presentará, sean del índole que sean.
Por esto, la segunda actitud y fecunda actitud
para presentarnos delante de Dios es la Confianza.
¿Cómo orar? Orar confiados, orar con confianza.
Debemos dejar de lado nuestras tonteras humanas
al acercarnos a Dios, no es necesario armarnos un personaje para ir a la
oración, ni siquiera es necesario un trato de lo más elevado para el uso de las
palabras. Esto no significa ser irrespetuosos o no darle el lugar que Dios
ocupa, al contrario, el trato de hijos a Padre debe ser respetuoso y cariñoso,
respetuoso y amistoso, respetuoso y sencillo. Nadie que se acerque confiado a
alguien será irrespetuoso. Al contrario, siempre encontrará las mejores
palabras para expresarse, esas palabras que surgen precisamente de la confianza
que se deposita en el otro.
Cuando uno se acerca a alguien con confianza le
abre su corazón, le cuenta sus cosas con la tranquilidad de que el otro va a
entender, que el otro va a saber ponerse en su lugar, que el otro al escucharlo
lo va a conocer mejor y en consecuencia le podrá dar luz, le podrá aconsejar.
Cuando se usa la confianza en la comunicación el mensaje llega directo,
correcto, simple y deja lugar a que la otra persona pueda expresarse también.
Por ejemplo, no es lo mismo entablar una
conversación con un desconocido que detenerse a conversar con un amigo. Cuando
vamos a un supermercado nosotros mismos nos servimos lo que vamos a buscar, llegamos
a la caja, hacemos la fila, saludamos al cajero pero ni siquiera sabemos su
nombre, abonamos y nos vamos. Cuando vamos al kiosco cerca de casa, saludamos
al vecino, charlamos un ratito, le pedimos lo que necesitamos, abonamos y
mientras tanto vamos hablando de una y de otra cosa, el trato es más familiar,
más fluido, incluso hasta nos animamos a pedir que nos den crédito si no
contamos con dinero en ese momento. Así mismo, salvando las distancias, es el
trato de confianza que debemos tener con el Señor. Ir a su encuentro, expresar
nuestra necesidad, dejar que Él nos atienda y nos brinde lo que tiene para
darnos.
La confianza hace que la expresión sea completa,
que no andemos con medios mensajes, sino que nos ayuda a darnos por completo y
a decir lo que realmente siente nuestro corazón.
La confianza nos abre la puerta para recibir. Y
nos dispone para lo mismo.
Cuando confiamos se nos hace fácil expresarnos.
Cuando confiamos no tememos. Cuando confiamos no nos detenemos a pensar si el
otro me va a entender o no, sino que tenemos la certeza de que seremos
escuchados, comprendidos, atendidos e incluso aconsejado.
La oración, entonces, tiene que ser confiada.
Debemos usar la confianza con nuestro Papá, que ciertamente, quiere lo mejor para sus hijos y así actúa en
consecuencia.
Y mucho más, si vamos al encuentro con el Señor
y nos presentamos tal cual somos, porque confiamos, creceremos con facilidad.
Porque no estaremos a la defensiva ni tratando de ocultar cosas, sino que
estaremos con un sentimiento profundo de libertad, que hará que veamos lo que
somos delante de Dios, y Dios premiará nuestra confianza y nuestra sinceridad,
dándonos la gracia de la conversión día a día.
También una oración confiada hará fecunda la
respuesta. Mejor dicho, siempre encontrará respuesta, ya que depositando la
confianza en Dios estaremos expectantes de lo que EL hará y eso nos mantendrá
activos para ver las maravillas, no solo las grandezas, sino hasta lo más
pequeño que suceda a nuestro alrededor. Se nos hará más fácil reconocer que
todo viene de Dios, por el simple hecho de que hemos puesto la confianza en ÉL.
La confianza nos hace sencillos, nos hace
simples. Cuando confiamos no andamos enloquecidos en la búsqueda de palabras o
expresiones para que nos entiendan, sino que nos expresamos así como sale, con
nuestra forma de hablar, con nuestro lenguaje.
Otra de las actitudes, que se van encadenando,
es la sencillez, la simplicidad.
¿Cómo orar? Orar con sencillez. Siendo muy
simples.
No es por las muchas palabras que se digan en la
oración que seremos comprendidos, sino que es por la simplicidad del mensaje,
lo preciso del mensaje, lo objetivo del mensaje. La expresión clara es lo que
hace simple la oración.
No debemos dar muchas vueltas para decirle a
Dios lo que queremos, o para pedirle lo que necesitamos, o para contarle
nuestras cosas.
El Señor sabe todo, por eso, no es necesario
ocupar mucho tiempo o estar esperando a ver como le digo esto o aquello.
Cuanto más simple sea nuestra oración más
fecunda será la respuesta. Si nos presentamos delante del Señor, para
encontrarnos con Él, entonces que no se desvirtúe el propósito: encontrarnos
con EL.
El encuentro comienza cuando vos y yo
coincidimos en algún lugar, cuando las dos personas llegan al lugar citado,
cuando acudo al llamado de alguien que me está esperando. En el momento en el
cual coincidimos unos con otros, eso se denomina encuentro. Por lo tanto, en la
oración, el momento del encuentro con Dios es cuando coincidimos con EL, cuando
nos tomamos el tiempo y vamos, nos retiramos a nuestra habitación, y estamos
con Dios, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Planteando esto, la oración se
hace sencilla, porque las palabras sobran. Es por esto que digo que la
sencillez es actitud de la oración, es la actitud de los hijos que van al
encuentro de su Padre, es la actitud de los confiados. Porque no hacen falta
protocolos con el Señor, lo que hace falta es un corazón sencillo que tome
conciencia de que Dios es su padre y que lo mejor que puede hacer es confiar en
EL.
Así como somos, así nos conoce el Señor. Dios
conoce hasta lo más íntimo de nosotros, nos conoce mejor que a nosotros mismos,
entonces no tenemos que presentarle un curriculum de vida sino que tenemos que
presentarnos nosotros mismos, como somos, lo que queremos, lo que esperamos, lo
que necesitamos, lo que anhelamos, lo que nos hace felices y lo que nos
entristece, todo. Absolutamente todo.
Deberíamos ahondar en esta actitud frente a
Dios, ya que no solo es una actitud para la oración, sino que la oración nos
irá haciendo cada día más sencillos, más simples. De este trato de amistad con
Dios, de esta pequeñez, iremos aprendiendo que en la vida, en cada cosa, en
cada circunstancia o situación, con la sencillez iremos solucionando todo y
todo será más fácil. Sin andar retorcidos buscando soluciones veremos que la
sencillez todo lo alcanza más rápido y sin tantos esfuerzos.
Una oración sencilla es a la medida de Dios. EL
nos muestra que siendo tan Grande se hace pequeño, siendo el Dueño del tiempo
se hace presente en un momento determinado por nosotros para encontrarse,
simplemente para encontrarse con sus hijos.
Otra cualidad importante, que va unida a la
sencillez, es la humildad.
¿Cómo orar? Orar con humildad.
La humildad va de la mano de la sencillez. Solo puede
ser sencillo quien es humilde. Y solo puede ser humilde quien es sencillo.
Aquel que puede ver la grandeza de Dios y su
propia pequeñez, es una persona humilde.
Humildad, precisamente es eso, reconocer la
grandeza de Dios. Ubicarnos en nuestra condición de criatura, criaturas con una
dignisima condición que es ser hijos de Dios. Una oración humilde mueve el
corazón de Dios.
Desde el punto de vista virtuoso, la humildad, consiste en
aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por
ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona
humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona
soberbia, quien se siente auto-suficiente y generalmente
hace las cosas por conveniencia.
Imaginemos una persona que se acerca a la oración y trata con Dios
como de igual a igual, como que Dios tiene que hacer lo que ella quiere o como
ella dice, o porque a ella le parece. En cambio, la humildad expone en la
oración y espera confiadamente en el Señor. No le impone sino que le propone,
no desafía sino que confía, no hace trueques sino que ofrece, no espera más de
lo que considera oportuno y reconoce que lo oportuno es lo que Dios decida, en
su tiempo.
Una oración humilde reconoce que todo viene de Dios y que todo le
pertenece a Dios. Sabe feacientemente que Dios es Dios y que frente a EL solo
quedan palabras de gratitud, de amor, de enamoramiento. El humilde no pretende
que Dios haga cosas, más bien deja todo en las manos de Dios para que sea EL
quien decida lo mejor.
La humildad es la virtud de los hijos que se acercan a su Padre,
confiados y sencillos, a mantener por un tiempo determinado una charla
profunda, abierta, espontánea y desde el corazón. Y obtienen en respuesta los
consejos, los cuales aceptan para la vida y día a día intentan cumplir con la
voluntad del Padre.
Esto es simplemente orar, esta es la manera más simple de hacerlo
y esta es la gran necesidad de todo ser humano. Recordemos a San Agustín en su
frase tan conocida: “Nuestro corazón fue hecho para Dios y no descansa hasta
que no lo hace en EL”. Y la oración es el descanso, es el reposo de nuestra
alma en el amor del Padre.
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