La
tentación del desaliento
El
desaliento es un vicio propio del enemigo. Como cristianos podemos
estar un poco apagados, sin ánimos, pero nunca desalentados.
El
desaliento hace que el alma pierda el gusto de las cosas de Dios, que
no le encuentre sentido, que ya no tenga más deseos de seguir en los
caminos del Señor, porque no le encuentra motivación y mucho menos,
no logra ver ningún fruto de su esfuerzo o trabajo.
El
desaliento tiene su raíz en la tentación que pone el enemigo en
nuestras almas y en nuestro pensamiento de querer ver frutos del
trabajo que estamos haciendo.
En
la oración nos pondrá una exigencia mayor de querer ver una
respuesta de Dios instantánea a lo que pedimos y al no ver nada o al
sentir que Dios se demora nos irá diciendo al oído “viste que
Dios no te escucha” “¿Dónde está tu Dios poderoso?” “Viste
que los dones no sirven para nada” y así, una y otra cosa que
empieza a invadir nuestro pensamiento dejando a Dios como un
mentiroso, pero lo que no nos damos cuenta es que en realidad quien
nos está poniendo estas ideas es justamente el padre de las
mentiras.
Si
nos dejamos vencer por esta tentación puede producirnos hasta la
muerte espiritual, porque al perder la comunión con Dios nos deja
muy propensos al pecado, a dejar todo y alejarnos de la vida que nos
plantea nuestro Dios. Nos abre la puerta al rechazo de las cosas
divinas como si fueran un gran peso y encima un peso que no sirve de
nada llevarlo en nuestras espaldas. Y esa es otra de las grandes
mentiras, la vida de Dios no se carga en las espaldas de nadie, la
vida de Dios radica en el interior del ser humano, en el lugar íntimo
donde vive la Santísima Trinidad, en el alma. Por lo tanto, nunca
veremos la vida de Dios sobre nadie, más bien nos daremos cuenta que
alguien vive la vida de Dios por su testimonio, por su forma de ser,
por su amor y alegría, pero no porque lleve algo sobre sí o que le
ocupe la espalda.
El
desaliento produce en nosotros que todo sea pesado, que todo sea
incómodo, y ahí podemos ver que es del enemigo, porque él mismo es
pesado e incómodo, su vida, su ser, su sufrimiento hace que tenga la
necesidad de sacarnos a nosotros la felicidad. El demonio es un ser
incómodo por esencia, porque no tiene paz. Y con el desaliento
intenta quitarnos la paz.
El
desaliento nos quita la paz porque el espíritu está atento y el
espíritu en ningún momento rechazará a Dios, el espíritu está
feliz solo cuando está en comunión con Dios, por lo tanto, la lucha
entre el cuerpo desanimado y el espíritu animado hace que no haya
paz, pero es una insidia del enemigo y muy propensa a aquellos que no
oran.
En
la oración siempre encontraremos el sosiego y descanso en nuestro Padre, y mucho más, encontraremos la razón de nuestro existir, que
no es ver frutos, sino simplemente vivir y sembrar.
En
la oración damos cuenta de que la voluntad de Dios es simplemente que
vivamos en comunión con EL, no es tanto lo que hagamos o lo que
logremos, porque al vivir unidos a EL nos damos cuenta que todo lo
bueno que hay en nosotros le pertenece, es porque EL está con
nosotros y nosotros con EL. Y ninguna tarea apostólica, don,
ejercicio de autoridad o lo que sea que hagamos es para acumular
méritos propios sino que es para darle gloria a Dios. Y eso lo vemos
en la oración, eso lo comprendemos en la oración y eso lo logramos
en la oración. Reconocer que Dios merece toda alabanza y gloria,
reconocer que nuestra vida debe darle gloria a Dios y reconocer que
es eso lo único que debemos hacer, es una buena lucha contra el
desaliento.
Si
nada es nuestro ¿Para que desalentarnos? Debemos ocuparnos de hacer
lo que tenemos que hacer y lo demás es de Dios y para Dios.
El
enemigo sabe que un alma que glorifica a Dios crece demasiado, a tal
punto de saber descubrir sus artimanias apenas aparecen, por lo que
tratará de desanimar la oración para que el crecimiento vaya en
descenso y llegar a desalentar de tal manera que nos encontremos
desubicados y sin saber que hacer.
No
le conviene, para sus planes, que un alma crezca. Es por eso que va
poniendo estas cosas en el camino. Pero un alma orante nunca se
desanimará, porque vivirá en su realidad y sabrá que Dios es Dios
y ese es el mayor motivo y motivación para una oración diaria,
fecunda y prolongada.
Darle
lugar en este sentido es simplemente dejarnos morir. Así como cuando
físicamente nos descuidamos, no cuidamos el cuerpo a pesar de que
sabemos que tenemos una enfermedad, y luego tenemos las consecuencias
de los dolores y que la enfermedad se vuelva crónica, así lo mismo
con el espíritu, con nuestra alma. Una vez que se instala el
desaliento es difícil salir de él, nos dejamos vencer y nos dejamos
arrebatar el ánimo de estar con Dios, y eso no debe pasar.
La
gloria de Dios es lo que sana esta tentación, buscar su gloria,
saber de su gloria, disfrutar de su gloria. Saber que DIOS ES DIOS,
vivir que Dios es Dios, disfrutar que EL está y nos ama, debe
levantar día a día nuestro espíritu y ponernos animosos en el
trabajo diario. Porque Dios se merece mucho más de lo que nosotros
podamos hacer o decirle, se merece tanto que ni siquiera la vida nos
alcanza para darle todo, sin embargo EL se conforma con nuestra pobreza y acepta nuestro amor. Por lo tanto ¿Para que desanimarnos?
Si de todos modos, si Dios no nos amara y no aceptara nuestras
pequeñas alabanzas, no serviría de nada lo que hacemos. Pero la
gran victoria es que a los ojos de Dios somos muy valiosos y todo lo
que hacemos para agradarle, EL lo ve con ojos de amor, con ojos de
Padre que ama a sus hijos y todo le es ofrenda agradable, por pequeña
que sea.
No
dejemos lugar al diablo, que no nos arrebate lo que Dios nos da, la
paz interior es un don precioso que solo lo obtienen quienes están en
comunión con Dios y ese estar en comunión lo da la oración. Es en
la oración que nos encontramos con toda la gloria de Dios que inunda
nuestra alma llenándola de paz y armonía para poder vivir nuestros
días en su presencia y tranquilos de que DIOS ES DIOS.
El
desaliento no tiene lugar en un alma que ora, porque DIOS habla en la
intimidad y siempre nos dice: YO TE AMO. Y esas palabras iluminan
todo el caminar cristiano.
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